Desde principios de año colaboro con la asociación Laxshmi para La Lucha contra el Crimen, dirigida por el conocido criminólogo Félix Ríos, revisando algunos de los casos que se trabajan desde dicha entidad, y por mi formación prestando especial atención a las variables psicológicas que aparecen en cada uno de ellos.
Es así como revisando el primer crimen que me permitieron estudiar, que no era otro que el de Marisa Hernández, joven discapacitada asesinada en San Juan de la Rambla en 2003, me di cuenta de que no constaba el grado de “discapacidad” psicológica que padecía la joven. A mi juicio debería haber un documento que ayudase a conocer a la víctima, como podría ser el informe psiquiátrico que se presenta para conceder la discapacidad. Con esto se podría reconstruir con más exactitud los hechos acaecidos el día del crimen (p. e.: si era capaz de irse con alguien conocido en un coche o el tipo de relación que la unía a determinados vecinos). Esto elimina una parte muy grande que queda a merced a la especulación del investigador, dado que se pueden conocer de forma más precisa, el comportamiento habitual de Marisa y su madurez psicológica. Contar con un informe de este tipo habría ayudado enormemente a trazar un patrón más concreto de lo que podía hacer en uno u otro caso. Sí existían declaraciones y entrevistas a sus familiares, que pueden ayudar a hacerse una idea de cómo era la víctima, pero que no ofrecen el mismo rigor que esa reseña escrita por un profesional.
El repaso del caso de Soledad Donoso, asesinada en Córdoba en 1992, me ofreció la posibilidad de aplicar los conceptos teóricos aprendidos en multitud de conferencias y asignaturas que hacen referencia a la violencia de género. Desde un principio tenía claro que era un caso de violencia de género. Dentro de este marco no hay perfiles fijos, ni de agresor ni de víctima, pero si hay rasgos de personalidad, situacionales e incluso a nivel de creencias que se encuentran en ambos actores. En ese sentido, fue muy útil comprobar cuales eran los factores de riesgo, definidos recientemente por Enrique Echeburúa, en materia de la probabilidad de morir asesinado a manos de la pareja o expareja. Me llamó especialmente la atención encontrarlos prácticamente todos, con la excepción de alguno de escasa relevancia.
En principio lo que capta mi curiosidad normalmente es el perfil, la visión, del homicida, quizás porque, yo por lo menos, no soy capaz de comprenderlo del todo, y a menudo se pierde la visión de la víctima y su familia, la capacidad de apreciar su situación. Si la víctima ha sobrevivido al acto criminal, se aprecian comportamientos que no la ayudan a pasar página, dando lugar a la aparición de trastornos mentales graves como el “estrés postraumático”, que destroza el sistema nervioso si se mantiene mucho tiempo. Si unos padres sufren la pérdida de un hijo, se enfrentan a un luto difícilmente superable dando lugar a grandes depresiones y menos capacidad para tomar decisiones. Por eso, aunque a veces me cuesta, porque me parece un ejercicio que necesita más meditación, el estudio de la conducta criminal hay que acompañarlo de las consecuencias para la víctima, siendo capaces de comprobar que, cinco minutos, pueden acabar con la salud mental de una persona para el resto de su vida.
Aunque esto último parece una cuestión de lógica, es importante que se resalte porque a veces nos centramos en hacer nuestro trabajo y podemos olvidar que tratamos con personas, en lo que probablemente será uno de los peores momentos de sus existencias. Por lo tanto hay que tener paciencia si no se consigue lo que queremos a la voz de ya. En ese sentido también debo remarcar y subrayar, que los familiares de los sospechosos también merecen el mismo respeto que cualquier otra persona. En ese sentido, en el caso de Francisco Epifanio Navarro, desaparecido a día de hoy en Gran Canaria desde el 2006, los padres del principal sospechoso se han negado a colaborar en la investigación. Félix Ríos, se enfadaba muchísimo cada vez que se intentaba contactar con ellos y resultaba infructuoso. Para unos padres no es agradable saber que un hijo puede haber acabado con la vida de alguien, como por ejemplo los abuelos de los niños de Córdoba, Ruth y José. Y cuando ese hijo ha fallecido, remover las cosas malas de su vida, es muy doloroso, por eso hay que ser comprensivos y respetar a los familiares de esa parte.
Pero los aspectos psicológicos no se encuentran sólo en la situación y las declaraciones verbalizadas. El lenguaje no verbal de testigos y sospechosos es revelador, complicado de leer, pero muy importante para detectar posibles mentiras e incongruencias, y para hacer que un testigos o informante importante, se sienta más cómodo si lo vemos tenso. Hablando se pueden ocultar emociones o ponerlas de manifiesto de forma aceptable, sin necesidad de sentirlas, pero las expresiones fáciles son más difíciles de controlar. En este sentido, hay buenos manuales que enseñan de forma básica “el significado” de las posturas corporales y las expresiones de la cara.
Desde la Psicología, he comprobado que puedo hacer numerosas aportaciones al mundo de la criminología forense en la revisión de los casos de Félix Ríos. La valoración de los efectos psicológicos de las víctimas, me ayuda a contribuir en la elaboración de perfiles y patrones con utilidad para advertir los factores de riesgo y la vulnerabilidad de la víctima; la de los agresores por otro lado, facilita el detectar a un sospechoso, ya que se sabe qué mecanismos psicológicos lo predisponen a la conducta criminal. “Predisponen”, que no es “determinan”, por cierto. Una persona puede ser más propenso a la agresividad pero no expresarla. Y a parte de los rasgos que le predisponen, existen y me llaman especialmente la atención, las tácticas que le ayudan a conciliar el sueño después de haber cometido dicha conducta al margen de la legalidad, y no sentir culpabilidad o muy poca, que en psicología se llaman estrategias cognitivas, y que existen para proteger la propia autoestima.
En resumen, colaborar con el equipo forense de Félix Ríos y la Asociación Laxshmi, me está permitiendo, aún sin haber acabado la carrera, tomar contacto con la realidad del mundo de la psicología criminal, y aunque aún estoy en mis primeros pasos, he de decir que la realidad poco tiene que ver con lo que se enseña en las aulas.
Es así como revisando el primer crimen que me permitieron estudiar, que no era otro que el de Marisa Hernández, joven discapacitada asesinada en San Juan de la Rambla en 2003, me di cuenta de que no constaba el grado de “discapacidad” psicológica que padecía la joven. A mi juicio debería haber un documento que ayudase a conocer a la víctima, como podría ser el informe psiquiátrico que se presenta para conceder la discapacidad. Con esto se podría reconstruir con más exactitud los hechos acaecidos el día del crimen (p. e.: si era capaz de irse con alguien conocido en un coche o el tipo de relación que la unía a determinados vecinos). Esto elimina una parte muy grande que queda a merced a la especulación del investigador, dado que se pueden conocer de forma más precisa, el comportamiento habitual de Marisa y su madurez psicológica. Contar con un informe de este tipo habría ayudado enormemente a trazar un patrón más concreto de lo que podía hacer en uno u otro caso. Sí existían declaraciones y entrevistas a sus familiares, que pueden ayudar a hacerse una idea de cómo era la víctima, pero que no ofrecen el mismo rigor que esa reseña escrita por un profesional.
El repaso del caso de Soledad Donoso, asesinada en Córdoba en 1992, me ofreció la posibilidad de aplicar los conceptos teóricos aprendidos en multitud de conferencias y asignaturas que hacen referencia a la violencia de género. Desde un principio tenía claro que era un caso de violencia de género. Dentro de este marco no hay perfiles fijos, ni de agresor ni de víctima, pero si hay rasgos de personalidad, situacionales e incluso a nivel de creencias que se encuentran en ambos actores. En ese sentido, fue muy útil comprobar cuales eran los factores de riesgo, definidos recientemente por Enrique Echeburúa, en materia de la probabilidad de morir asesinado a manos de la pareja o expareja. Me llamó especialmente la atención encontrarlos prácticamente todos, con la excepción de alguno de escasa relevancia.
En principio lo que capta mi curiosidad normalmente es el perfil, la visión, del homicida, quizás porque, yo por lo menos, no soy capaz de comprenderlo del todo, y a menudo se pierde la visión de la víctima y su familia, la capacidad de apreciar su situación. Si la víctima ha sobrevivido al acto criminal, se aprecian comportamientos que no la ayudan a pasar página, dando lugar a la aparición de trastornos mentales graves como el “estrés postraumático”, que destroza el sistema nervioso si se mantiene mucho tiempo. Si unos padres sufren la pérdida de un hijo, se enfrentan a un luto difícilmente superable dando lugar a grandes depresiones y menos capacidad para tomar decisiones. Por eso, aunque a veces me cuesta, porque me parece un ejercicio que necesita más meditación, el estudio de la conducta criminal hay que acompañarlo de las consecuencias para la víctima, siendo capaces de comprobar que, cinco minutos, pueden acabar con la salud mental de una persona para el resto de su vida.
Aunque esto último parece una cuestión de lógica, es importante que se resalte porque a veces nos centramos en hacer nuestro trabajo y podemos olvidar que tratamos con personas, en lo que probablemente será uno de los peores momentos de sus existencias. Por lo tanto hay que tener paciencia si no se consigue lo que queremos a la voz de ya. En ese sentido también debo remarcar y subrayar, que los familiares de los sospechosos también merecen el mismo respeto que cualquier otra persona. En ese sentido, en el caso de Francisco Epifanio Navarro, desaparecido a día de hoy en Gran Canaria desde el 2006, los padres del principal sospechoso se han negado a colaborar en la investigación. Félix Ríos, se enfadaba muchísimo cada vez que se intentaba contactar con ellos y resultaba infructuoso. Para unos padres no es agradable saber que un hijo puede haber acabado con la vida de alguien, como por ejemplo los abuelos de los niños de Córdoba, Ruth y José. Y cuando ese hijo ha fallecido, remover las cosas malas de su vida, es muy doloroso, por eso hay que ser comprensivos y respetar a los familiares de esa parte.
Pero los aspectos psicológicos no se encuentran sólo en la situación y las declaraciones verbalizadas. El lenguaje no verbal de testigos y sospechosos es revelador, complicado de leer, pero muy importante para detectar posibles mentiras e incongruencias, y para hacer que un testigos o informante importante, se sienta más cómodo si lo vemos tenso. Hablando se pueden ocultar emociones o ponerlas de manifiesto de forma aceptable, sin necesidad de sentirlas, pero las expresiones fáciles son más difíciles de controlar. En este sentido, hay buenos manuales que enseñan de forma básica “el significado” de las posturas corporales y las expresiones de la cara.
Desde la Psicología, he comprobado que puedo hacer numerosas aportaciones al mundo de la criminología forense en la revisión de los casos de Félix Ríos. La valoración de los efectos psicológicos de las víctimas, me ayuda a contribuir en la elaboración de perfiles y patrones con utilidad para advertir los factores de riesgo y la vulnerabilidad de la víctima; la de los agresores por otro lado, facilita el detectar a un sospechoso, ya que se sabe qué mecanismos psicológicos lo predisponen a la conducta criminal. “Predisponen”, que no es “determinan”, por cierto. Una persona puede ser más propenso a la agresividad pero no expresarla. Y a parte de los rasgos que le predisponen, existen y me llaman especialmente la atención, las tácticas que le ayudan a conciliar el sueño después de haber cometido dicha conducta al margen de la legalidad, y no sentir culpabilidad o muy poca, que en psicología se llaman estrategias cognitivas, y que existen para proteger la propia autoestima.
En resumen, colaborar con el equipo forense de Félix Ríos y la Asociación Laxshmi, me está permitiendo, aún sin haber acabado la carrera, tomar contacto con la realidad del mundo de la psicología criminal, y aunque aún estoy en mis primeros pasos, he de decir que la realidad poco tiene que ver con lo que se enseña en las aulas.
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